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  PAUL McCARTNEY EL BEATLE MÁS AMBICIOSO
 
PAUL McCARTNEY EL BEATLE MÁS AMBICIOSO

'Paul McCartney. La biografía' coloca al músico como uno de los mejores compositores de la historia del pop y motor intelectual del grupo

Imaginemos por un instante que la bala que acabó con la vida de John Lennon, el 8 de diciembre de 1980, hubiese tenido como destinatario a Paul McCartney. La historia se habría repetido. Sólo cambiaría el nombre del protagonista. Seguramente, McCartney estaría ahora ocupando el puesto en el santoral rockista adjudicado al autor de 'Imagine'. Nadie pondría en duda su condición de genio musical, visionario cultural y profeta espiritual. En los libros leeríamos que sin Paul los Beatles no habrían existido, que fue el alma de la banda de pop más importante de todos los tiempos.
Mientras que la figura de Lennon se ha mantenido incólume desde su asesinato, a Paul le ha tocado vivir la cuesta abajo que sufren la mayoría de los músicos de rock. Si Mark Chapman le hubiese disparado a él en vez de a John, nos habríamos ahorrado los mediocres discos que publicó al frente de los Wings durante los setenta y decisiones tan vergonzantes y autosuficientes como sacar a la venta una versión de la canción infantil 'Mary had a little lamb' o incluir como miembro de su banda post-Beatle a su mujer, Linda Eastman, a pesar de sus nulos conocimientos musicales.
No hemos sido justos con Paul, nos viene a decir el escritor Peter Ames Carlin en el libro 'Paul McCartney. La biografía', editado por Viceversa. Sin caer en ningún momento en la hagiografía (hinca el diente en la yugular cuando la ocasión lo merece), Carlin devuelve los galones que por méritos le corresponden a uno de los mejores compositores que ha tenido la música pop, a quien retrata como un tipo ambicioso, con un ego tan grande como su talento.
La primera vez que los Beatles cruzaron la puerta de los estudios EMI en Abbey Road, el productor George Martin se percató de que aquel joven mofletudo «tenía los ojos de cachorro y la voz melodiosa que necesita un ídolo de adolescentes». Pero Paul fue mucho más que 'el Beatle guapo'. Desde pequeño mostró una habilidad especial para la música. Era un autodidacta capaz de aprender las canciones de Elvis o Chuck Berry solo con oírlas en el tocadiscos. Fue él quien enseñó a John a tocar la guitarra como Dios manda, tras ser aceptado en los Quarrymen gracias a su pericia instrumental. Y cuando, tras la incorporación de Ringo a la batería, los Beatles consolidaron su formación definitiva, asumió enseguida la dirección musical del grupo.
Yoko Ono ha repetido tantas veces que su difunto marido fue «el auténtico visionario de los Beatles» que al final nos lo hemos acabando creyendo. Sin embargo, fue Paul quien introdujo el componente experimental en la música de la banda. A mediados de los sesenta, mientras John se recluía en su mansión, aturdido por la fama, el consumo de LSD y con la autoestima bajo mínimos, McCartney se empapaba de las nuevas tendencias que sacudían Londres. Cultivaba la amistad de pintores, músicos y poetas vanguardistas. Conoció a Bertrand Russell y comenzó a coleccionar cuadros de Magritte. Se empapó del jazz abstracto de Sun Ra y Ornette Coleman, y las obras minimalistas de John Cage, Luciano Berio y Stockhausen modificaron su comprensión de la música. Se agenció una grabadora casera y exprimió al máximo sus posibilidades, zurciendo collages sonoros con grabaciones de campo y haciendo girar las cintas al revés. Innovaciones formales que más tarde trasladó a las composiciones de los Beatles.
Los negocios
A diferencia de sus compañeros, Paul era consciente de que la música pop era, sobre todo, un negocio. Sabía lo que había que hacer para que la gente se sintiera a gusto, y les daba lo que querían. Intentaba satisfacer a todo el mundo, siempre dispuesto a atender con su mejor sonrisa a la más insignificante revista de fans. Así que cuando explotó la beatlemanía, se encontraba a sus anchas en medio de aquella corriente de adoración, feliz de ser el centro de atención. Para John, por el contrario, aquel delirio se había convertido en algo tóxico, lo enfurecía, porque en realidad nadie prestaba verdadera atención a lo que realmente importaba: las canciones.
Paul era el yerno soñado por cualquier suegra y también el cliente soñado por cualquier publicista. Conservador con respecto al consumo de drogas, fue el último de los Beatles en probar el LSD. Pero también fue el primero en romper el código de silencio y reclamar para sí la supremacía del hippismo cuando confesó, primero en la revista 'Life' y más tarde en televisión, que el ácido le había convertido «en mejor persona». Los demás no se lo podían creer. «Nos habíamos tirado dieciocho meses intentando convencerlo para que lo tomara -recordaba George Harrison-. Y entonces, un buen día, aparece hablando de todo aquello. Siempre ha esperado el momento oportuno para hacer las grandes declaraciones, ¿no es así?



 
 
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